Microrreto 7: TIERRAS MALDITAS (parte 6)
En la medida que sus restos ardían en la hoguera, la tormenta empezó a apaciguarse lentamente. El ventaval era suave como la brisa y los rayos dejaron de iluminar el oscuro cielo de la noche.
—¿Esto significa que esta pesadilla ha terminado? —pregunté, mientras apoyaba mi espalda contra un árbol robusto.
No tenía fuerzas para seguir en pie.
—Hemos purificado la tierra y quemado sus restos, no podemos hacer nada más —me contestó mi padre, aunque sin sentirse muy seguro.
Cuando llegamos a casa, mis ojos se cerraron en el mismo instante que me dejé caer en la vieja cama de mi cuarto. No me dió tiempo ni siquiera a quitarme la ropa, sucia por la tierra del bosque. Aunque me daba igual, mi cuerpo me pedía descanso y tranquilidad.
Naya... Naya... Naya...
Una voz extraña me llamaba. Me sonaba de haberla escuchando en algún remoto lugar, pero era incapaz de ponerle un rostro o un nombre.
Naya... Naya... Naya...
Su forma de hablar se volvía cada vez más aspra y tenebrosa, como si intentara intimidarme, y en ese momento, empecé a sentir un calor infernal. Mi piel parecía arder y hasta me costaba respirar, pero era incapaz de mover mi cuerpo debido a las cadenas que me ataban.
Naya... Naya... Naya...
—¡Cállate! —grité enfurecida, a la vez que intentaba liberarme—. ¡No voy a morir aquí!
De pronto, la determinación de mis palabras me otorgaron una gran fuerza y pude romper las cadenas con mis propias manos. Era libre.
—Nunca más volveré a este pueblo de la muerte —le exclamé a esa voz, al mismo tiempo que corría hacia una puerta rodeada de oscuridad.
Al mismo instante que la atravesé, pude abrir mis ojos. Pero en la vida real tampoco no me esperaba nada bueno. La casa estaba ardiendo y yo me encontraba atrapada por sus llamas.
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