Relato de Rebeca: El secreto de Mrs. de Winter

Nota de autor: Escribí este relato hace no mucho, siendo al final una equivocación. Pero, como me gustó el resultado final, he querido compartirlo con vosotros igualmente.

El secreto de Mrs. de Winter 


Me encontraba caminando en los pasillos de la majestuosa mansión de Maderley, cuando de pronto Mrs. Daverns apareció delante de mí.

—Creo que Mr. de Winter lo sabe, Rebeca —dijo con desasosiego.

—No me llames 'Rebeca', soy Mrs. de Winter para ti en esta mansión —afirmé molesta por su imprudencia—. ¿Y a qué te refieres con que 'lo sabe'?

—Su secreto, Mrs. de Winter —anunció.

Al momento, miré a los alrededores y, al no ver a nadie, agarré el brazo de la ama de llaves para entrar en mi cuarto.

—¿Cómo puede ser eso posible? —pregunté, acercándome a ella hasta apoyar mis manos sobre sus hombros.

No podía comprender cómo lo había averiguado tan rápido.

—Diría que ha sido Mr. Favell. Lo he visto salir de la mansión hace unos minutos y, cuando nuestros ojos se encontraron, me devolvió una sonrisa con el rostro triunfante —explicó, mordiéndose las uñas con nerviosismo.

—Ese zorro... —maldije con ira—. No tendría que haberme acostado con él, solo me ha traído problemas.

Estaba furiosa tanto con mi primo, como conmigo misma. Había sido descuidada y, ahora, corría el riesgo de perderlo todo.

—Pero si es cierto que Mr. de Winter conoce la verdad, le pedirá el divorcio, ¿no? —preguntó Mrs. Daverns preocupada por perder su trabajo—. No quiero volver a los suburbios...

Me quedé mirando al pasado, mientras en mi cabeza proyectaba imágenes de recuerdos infames que creía enterrados. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, pues yo tampoco quería volver allí, en esas calles sucias y marginadas, muriendo de frío, hambre u otras penurias.

—Aunque Maxim lo sepa, no me pedirá el divorcio —afirmé, intentando mostrarme segura de mí misma—. Al fin y al cabo, soy la bella y encantadora mujer de Manderley que todos adoran. No podrá hacerlo, lo sé...

Aparentando normalidad, cogí mi bata turquesa y salí de la habitación. Siempre pasábamos la tarde delante de la hoguera, mientras nos servían sandwiches o pasteles junto a un cálido té. Maxim estaba callado leyendo el periódico que Frith  le había traído al mediodía, a la vez que se fumaba un cigarrillo, y yo no sabía cómo interpretar su silencio.

—He pensado que, antes de irnos de nuestro viaje de bodas, podríamos plantar rosas en el jardín. Quedaría precioso, ¿no crees? —pregunté, mientras acariciaba a Jaspers, el perro que mis tíos me regalaron cuando mi padre me adoptó en secreto a los doce años.

Siempre que se trataba de su querida Manderley, la casa de campo de sus padres fallecidos, mi marido ponía especial atención. Por eso, tuve la gran idea de aprovecharme de su debilidad para hacerle ver que me necesitaba.

—Es una idea estupenda —contestó con una sonrisa melancólica—. A mi madre le gustaban mucho las rosas...

A diferencia de él, que había nacido en el seno de una familia adinerada, yo no había tenido tanta suerte. Cuando era pequeña vivía junto a mi madre en la calle, vestidas con solo ropajes delgados y pobres para soportar el duro invierno de Inglaterra. Por suerte, algunas ocasiones dormíamos en secreto en una cabaña abandonada, la cual se encontraba en la bahía de la mansión de una familia importante. Mi madre y yo siempre imaginábamos que algún día me casaría con el dueño de esa casa, pudiendo entonces vivir como una princesa, alejada de toda aquella desgracia. Además, me encantaba el sonido de las olas chocando contra las piedras del acantilado, era intenso, pero agradable al mismo tiempo y me ayudaba a dormir.

Una de esas noches, llamaron a la puerta de la robusta cabaña. Eso nos asustó y nos escondimos entre los muebles con miedo a que nos hicieran algo por invadir una propiedad privada. Pero, cuando abrieron la puerta, vimos a un elegante hombre de aproximadamente unos cuarenta años.

—No vengo a hacernos ningún mal —dijo calmado—. Solo he venido a haceros una propuesta que creo que os puede interesar.

—¿Qué quiere de nosotras? —preguntó mi madre aún escondida.

—Quiero adoptar a su hija —afirmó.

—Aunque sea pobre, eso no le da el derecho de quitarme a mi hija —contestó indignada.

Seguirá siendo su madre y, por eso mismo, no creo que quiera que su dulce niña siga viviendo en la calle, ¿o no? —preguntó desafiante—. Usted también podría venir como la ama de llaves en mi mansión, pudiendo así ver a su hija crecer sanamente.

Mi madre no se creía capaz de rechazar aquella oferta tan tentadora; aunque, en realidad, proviniera de un total desconocido.

—Pero, ¿por qué? —le preguntó, pues no entendía como un hombre tan rico pudiera estar interesado en personas tan pobres como nosotras.

—Su hija me recuerda a mi difunta y bella esposa, con ese pelo oscuro y la piel pálida… —le respondió con tristeza.

Ante esas palabras, crecí con la idea de que con mi cuerpo podría conseguir todo lo que quisiera. Por lo que, cada año que pasaba, me volvía más y más lujuriosa, pues me encantaba sentir los ojos llenos de deseo de los hombres mirándome al pasar, fueran o no casados, o incluso familia. Y, finalmente, después de tantos años soñándolo, seduje con mi belleza y encanto al hombre que podría darme toda esa vida de lujos y caprichos que anhelaba.

—Te quiero Maxim —le dije, rodeando vigorosamente mis brazos por sus hombros como si fueran un alambre de espinas venenosas.

Nunca te voy a dejar escapar, pensé ese momento, mientras una sonrisa maliciosa aparecía entre mis labios.















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