Micorreto 4: TIERRAS MALDITAS (parte 3)

Las agujas del reloj marcaban las seis de la tarde. Era verano, pero, incluso en el día más caluroso, el sol brillaba por su ausencia en esas tierras del demonio y nuestros corazones se habían impregnado de la misma oscuridad que la del cielo. Dolor, muerte y angustia infinita. Fuimos pecadores y tuvimos el castigo que merecíamos, pero era el momento de la redención de nuestras almas. Necesitábamos paz, fuera en la vida o la muerte, y no solo para nosotros dos, sino también para todos los que habíamos dejado atrás.

—¿Estás seguro de que esta es la única forma? —le preguntaba a mi padre, mientras cogía una pala de metal del maletero de su coche.

Estábamos a punto de desenterrar nuestro más oscuro pasado. El origen de todo, el que nos había condenado de por vida y había hecho de nuestras vidas una miseria aún mayor.

—¿Acaso tenemos otra opción? —me preguntó, a la vez que hundía su pala en la húmeda tierra.

Me resultaba extraño tenerlo cerca, pues hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en él como un padre. Me marché culpándole de toda mi desgracia y, aunque el dolor de la soledad me persiguió a lo largo de mi vida, ese odio fue precisamente lo que me ayudó a seguir viviendo. Pero ahora, que ambos afrontábamos el mismo sufrimiento, decidí apartar mi resentimiento a un lado y acabar así con la maldición que arrastraba nuestra familia de una vez por todas.

—Cierto —le respondí, imitándolo inmediatamente después.








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