Microrreto 5: TIERRAS MALDITAS (parte 4)

Notaba como las gotas de sudor caían por mi rostro con una lentitud exasperante y en mis dedos se empezaron a formar unas terribles llagas tras varias horas con la pala entre mis manos. El sol parecía estar difuminándose y la oscuridad empezó a acecharnos de la nada. La escena era espeluznante, pero éramos conscientes de que si parábamos, corríamos el riesgo de que algún vecino nos descubriera.

—¡Está aquí! —gritó mi padre, al ver la bolsa de plástico con la que enterramos ese cuerpo.

Al escuchar esas palabras, el sudor que impregnaba todo mi cuerpo se volvió frío. Y, como si los dioses nos estuvieran viendo, una tormenta se apoderó del cielo y un viento infernal empezó a golpearnos con una fuerza sobrehumana. 

—Agarra esta parte de la bolsa y yo lo haré por la otra. Tenemos que apresurarnos antes de que empiece a llover un torrencial —dijo mi padre, alzando la voz para que le escuchara a pesar del ruido que hacían las ramas de los árboles ante la violenta tempestad.

—¡De acuerdo! —le contesté, a la vez que me agachaba para coger los restos de ese cuerpo sin vida.

Pero, justo al empezar a movernos, mi padre se tropezó con una piedra que apareció de la nada, provocando que lo que se encontraba en el interior de aquella vieja bolsa de plástico callera sobre mis pies.

—¡Ah! —grité, cayendo al suelo a punto de entrar en pánico.

Al fin y al cabo, se trataba de los huesos de quién en su momento llamé mamá.


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