Mentes entrelazadas: Capítulo 1

Por alguna razón que ella desconoce, cada vez que abre los ojos, todo le parece extraño y lejano, como si su vida (que es la mía) sucediera en tercera persona. Todo le parece incluso más real entre las páginas que leen sus ojos. Su nombre o edad resultan difíciles de memorizar. El reflejo que ve a través del espejo es alguien ajeno a su conocimiento. Y, aún así, cada día se levanta y vuelve al mundo al que cree pertenecer, aunque no sea capaz de reconocerlo, con una identidad que, cuando escucha a alguien pronunciar, le parece totalmente falsa. La angustia ya ha desaparecido hace mucho tiempo, ella (que soy yo al mismo tiempo) ya se ha acostumbrado a esa duda constante que quiebra su conciencia, su sentido de ser o existir. 

 

Buenos días, me saluda una compañera de clase. Pero es incapaz de responder. Cuando la abordan de repente, aún con la mente desmembrada, no puede reaccionar. Ella funciona de la misma forma que Descartes narraba la existencia: “Pienso, luego existo”. Primero ha de pensar sobre dónde está y quién es, unir todas las piezas que conforman su ser, y después sabe que está viva, que no es un sueño y que tiene que contestar a la otra persona que también existe. Buenos días, respondo al cabo de unos pocos segundos que se hacen eternos. Pero ahora es la otra la que no responde, solo sigue caminando, mientras ríe con la amiga que le coge del brazo. Ella es rara, lo sabe, y, aunque se burlen de ello a diario, de alguna forma le reconforta. Le hace sentir especial, diferente. Prefiere ser la marginada, la que está siempre en su mundo, sola y con un libro entre sus manos, que ser como esa misma gente que se ríe de ella: superficial, ignorante y envidiosa. 

 

Poco a poco deja de escuchar esa risa maquiavélica. Alejarse de la realidad es algo que hace con tanta facilidad como respirar. El mundo es cruel y despiadado. Demasiado injusto para los que sufren y demasiado indulgente con los causantes de ese dolor. Sus padres son un ejemplo de ello. Mierda, sus padres (los míos también). Es un tema delicado y que prefiere olvidar, pero del que no le resulta tan fácil alejarse. Se le retuerce el estómago cuando piensa en ese hombre, el que le ha jodido la vida por completo y sigue haciéndolo. Y le sucede algo parecido con su madre, aunque a la vez muy distinto. Ella sabe que no tiene la culpa de nada, que solo tomó la decisión de casarse con un hombre que, en realidad, no conocía; pero, no puede evitar sentirse molesta con ella por haberla traído al mundo para compartir su sufrimiento y convertirse en un ser vacío y roto que nadie parece querer. De repente, siento un dolor agudo en la mano y me doy cuenta que me he clavado mis propias uñas. Las imágenes desaparecen con el dolor y ella siente que puede respirar de nuevo. 

 

Se quita entonces el abrigo y se sienta en su pupitre, uno al fondo de la clase y al lado de la ventana. Le gusta poder observar lo que sucede más allá de esos viejos cristales. Una pareja de jubilados paseando muy despacio mientras se agarran de la mano para no caerse, una mujer joven y atlética haciendo footing al ritmo de la música que escucha, un padre algo mayor acompañando a su hijo pequeño enfermo a su chequeo rutinario, un coche pitando al de delante porque sigue parado en el semáforo aún estar ya en verde, los copos de nieve cayendo del cielo hasta convertirse en meras gotas sucias en el suelo, entre otros estímulos que conforman un paisaje cotidiano que a ella se le antoja triste y bonito al mismo tiempo sin saber explicar porqué. La vida va transcurriendo y el tiempo avanza a una velocidad vertiginosa, pero ella sigue estancada en el mismo lugar sin poder moverse. Ve pasar la de los demás, pero la suya sigue dentro de aquel armario; el cual, chirría cuando abres las puertas y huele a moho en su interior. Ella no puede salir de allí, de ese armario, de esa vida, de ese estado de descomposición. 

 

Usted señorita, dinos que ha respondido en el ejercicio tres que teníamos de deberes, me dijo de pronto la profesor, dando golpes a mi mesa como si intentara despertarme de mi obnubilación. De nuevo, no sabía responder. ¿Va a suspender este semestre también?, preguntó malhumorado aquel hombre de mediana edad que se hacía llamar profesor, pero que solo hacía que ponerla en evidencia en cada una de sus largas y aburridas clases. Pero no sabía que decir, solo quería irse, desaparecer, dejar de existir. Los demás se reían otra vez, pero no le importaba, dentro de poco las volvería a dejar de escuchar. 

 

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