Reflexiones en confinamiento #2
Es curioso la facilidad con la que llegamos a estancarnos. Un día te despiertas con buenas energías y, al cabo de unas pocas horas, pareces otra persona. Esto es lo que me ha pasado hoy. Me he levantado un poco perezosa, aunque con fuerzas para ejercitar a través del yoga tanto mi cuerpo como mi mente, buscando esa unidad que anhelo. Pero, en cambio, en la medida que el tiempo seguía su curso, presentía una sensación de desastre inminente. Parecido a cuando, a lo lejos, observas la oscuridad de unas nubes que alarman sobre la proximidad de la tormenta. El problema resulta cuando, aún ver las nubes acechándome a mi alrededor, ni siquiera tuve la intención de protegerme del fuerte torrencial de mis angustias. Persistiendo en el dolor, a pesar del peligro de ser arrastrada por el torrente de mis obsesiones y atrapada por las tinieblas que atisban en mi propio interior.
Señalar también que la pesadumbre de no saber quién soy, o la aflicción que produce el no descubrirse al mirarse en el espejo, resulta agotadora hasta unos niveles inimaginables. Cada día es una encrucijada, en el que no sabes dónde estás ni dónde encontrarte, en el que cada avance parece al mismo tiempo un retroceso y, asimismo, cada alegría termina convirtiéndose en la amargura de una gran pérdida. Supongo que la vida se compone de ambos extremos y nosotros, por desdicha, nos encontramos siempre en el medio de todos sus devaneos. Siendo todo y a la vez nada, sintiéndonos algunas veces Dioses y otras meros insectos susceptibles a ser pisados por cualquier extraño. Pero, a pesar de todo, me gustaría saber cómo podría escapar del fango que me atrapa hasta el cuello y, de este modo, fluir en el río de la vida sin que las aguas se estanquen y se pudran finalmente.
A su vez, el miedo a saber quién está en el fondo de esas aguas me atormenta. Y me confunde mi propia incoherencia. Por un lado, quiero ver quién se esconde más allá de lo que los ojos me permiten; pero, por otro, una parte de mi crea cierta resistencia hacia el hecho de mirarse tal cual uno es, tal cual soy yo. En ésta rueda de pensamientos, me doy cuenta que los finales felices no existen pues, al fin y al cabo, a todos nos espera la misma suerte. Entonces, me cuestiono qué sentido tiene martirizarse tanto si el tiempo es finito y, por tanto, cada promesa resulta un engaño, pues nada es para siempre. Fruto de este descubrimiento, parece que todo empieza a fluir de nuevo. Pero, me pregunto, ¿qué puedo esperar de las aguas mugres de un río desbordado por la incertidumbre?
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