Reflexiones en confinamiento #1

Hoy me levanto tras una noche de sueño inquietante. Por alguna razón, mi mente era incapaz de encontrar la serenidad suficiente para fluir con el sueño. Las angustias flotaban en el aire como frágiles pompas de jabón, explotando incomprensiblemente con la suavidad de la nada. Intentaba templar el balanceo de mis pensamientos con música que, en otras circunstancias, me hubiera resultado una auténtica delicia para los oídos, pero que ahora ni siquiera escuchaba. Supongo que era por la falta de tiempo. Tengo todo el día para mi misma pero, aun así, siempre parece insuficiente. Las horas pasan como una exhalación y, sin darme cuenta, la noche ya se ha pronunciado. Demasiadas cosas que abarcar llenan las horas, pero sin ver un rumbo claro hacia dónde dirigirse. La sensación de que el tiempo se escapa entre la punta de los dedos, resulta hasta perturbadora.

Puede que fuera también por la incertidumbre, que agita hasta el aire que respiramos. Nos creímos invencibles en su momento y ahora la vulnerabilidad acecha ante una amenaza aparentemente invisible a los ojos. Miedo al presente, al ver más de cerca la enfermedad y la muerte, y al mismo tiempo al futuro, por las consecuencias del ahora, por los negocios en bancarrota o la falta de empleo para los más jóvenes, mi generación. Aun así a mí, particularmente, aunque también me preocupa lo explicado, me atemoriza más el hecho de volver a la rutina. Salir del confinamiento para regresar a la vida apresurada, cruel y exigente, la que no perdona ni la quietud ni el silencio, aquella que te aprieta lentamente y sin descanso hasta asfixiarte, entre otras muchas cosas que ahora más que nunca deseo evitar. Pero los días van pasando y el día en que volvamos a salir se acerca inevitablemente. Y mientras, el desasosiego aflora ante el rechazo de esa vida impuesta.



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