Relato 2: Disparo
En la confusión de una noche de tormento, me encuentro en la misma habitación con el hombre que voy a asesinar. Estamos uno delante del otro, sentados en unas robustas y viejas sillas de madera, ideales para este momento. La única diferencia es que él está sujeto de pies y manos, mientras yo estoy libre de cualquier atadura, excepto la de la venganza. Con mi mano derecha, le apunto con la pistola, esperando a que me diga esa verdad que tanto tiempo llevo anhelando. — ¿Tú la mataste, verdad? — le insisto por segunda vez, sin conseguir respuesta. Su silencio lo delata, pero necesito que lo diga en voz alta, que confiese su crim en y poder, así, dispararle sin remordimientos. Pero persiste en el silencio. Noto como me estoy impacientando y que, cada vez, me resulta más difícil controlar la rabia acumulada por los años. — ¡HIJO DE LA GRAN PUTA, CONFIESA TU PECADO! — grito. Le apunto con la pistola en la frente, sin ocultar ya mi nerviosismo. Las respiraciones se aceleran, buscando