La historia del Feminismo, la primera ola

En estos momentos estoy leyendo un libro que se llama Feminismo para principiantes de Nuria Varela. Me lo ha recomendado mucha gente debido a que es muy completo y está muy bien escrito, así que recientemente me lo compré y solo he tardado dos días y poco más de dos capítulos para decidirme a escribir estas palabras, es decir, sobre el origen del feminismo. Historia que encuentro sumamente interesante debido a que aún estar relacionado con un hecho histórico que ha marcado en nuestra sociedad occidental, parece como si la propia sociedad en sí quisiera evitar contarla. ¿A qué hecho histórico me refiero? Pues a la Revolución Francesa.
Nos orientamos así en el siglo XVIII, en una Francia aun feudal caracterizada por las constantes guerras por el dominio de Europa, que llevaron finalmente el país a la ruina, dejando en consecuencia una profunda desigualdad social, cultural y económica. Todo ello, generó un abismal malestar en el pueblo que se manifestó finalmente en una revolución en contra de la monarquía, que solo les ahogaba a impuestos. Es así como la Revolución Francesa cambió la historia con sus grandes principios de libertad, igualdad y fraternidad. Pero ahora, lo que nunca nos contaron en la escuela, es que estos principios no tuvieron nada que ver con las mujeres.
Es así como el 28 de agosto de 1789, se proclama La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano donde se reconoce: 1) La propiedad privada como algo sagrado, 2) El derecho de la resistencia a la opresión y 3) Se garantiza tanto la seguridad y la igualdad jurídica como la libertad personal. Pero cuando se hablaba de derechos del hombre no se referían a todo ser humano, no había ningún uso sexista del lenguaje, sino que se referían literalmente a derechos exclusivamente para varones, es decir, ninguno de esos derechos fue reconocido para las mujeres. Como dijo Ana de Miguel: “Las mujeres de la Revolución francesa observaron con estupor cómo el nuevo estado revolucionario no encontraba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y dejar sin derechos civiles y políticos a todas las mujeres” (Cobo, 1995, p. 260, citado en Varela, 2017, p. 29).
Es así como el feminismo nace, inevitablemente, como consecuencia a los hechos, es decir, ante el nuevo desarrollo político, donde en teoría todos los ciudadanos nacían libres e iguales ante la ley, las mujeres se empezaron a cuestionar porqué eran excluidas de todos esos derechos que se habían conseguido en la revolución. Fue entonces cuando dos años más tarde, como reacción ante el texto sobre los derechos exclusivos a varones, en 1791, Olimpia de Gouges escribió: La Declaración de los Derechos de la mujer y de la ciudadana, donde acusaba a los revolucionarios de mentirosos por haber propagado principios universales tales como la igualdad o la libertad, cuando realmente se referían solo a la mitad de la población.
A pesar de ello, la que se considera la obra fundacional del feminismo es la obra llamada Vindicación de los derechos de la mujer, publicada en 1792 por Mary Wollstonecraft. En ella, la autora defiende la igualdad entre sexos, la exigencia de una educación digna, la independencia económica y la necesidad de la representación femenina en la política. Pero lo que principalmente quiere conseguir la autora con este escrito, es hacer una reinvidicación moral de la individualidad de las mujeres y de la capacidad de elección de su propio destino. Algo importante de esta autora, es que llamó por primera vez privilegio al poder que se le otorgaba al hombre, supuestamente, de forma “natural”, debido a que lo que se consideraba “natural”, era en realidad consecuencia de una cultura represiva hacia las mujeres.
Si este movimiento no se hubiera desatado, las mujeres hubieran seguido siendo “consideradas madres o hijas en poder de sus padres, esposos e incluso hijos. No tenían derecho a administrar su propiedad, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria protestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, rechazar a su padre o marido violentos. La obediencia, el respeto, la abnegación y el sacrificio quedaban fijados como sus virtudes obligatorias. El nuevo derecho penal fijó para ellas delitos específicos que, como adulterio y el aborto, consagraban que sus cuerpos no les pertenecían. A todo efecto, ninguna mujer era dueña de sí misma, todas carecían de lo que la ciudadanía aseguraba, la libertad” (Valcárcel, 1994, p. 13, citado en Varela, 2017, p.42).
Las mujeres no teníamos ningún derecho, estábamos apartadas de toda supuesta ciudadanía; por ello, el primer movimiento feminista que surgió, las sufragistas, tenía como principal objetivo el recuperar los derechos, conseguir el voto – de aquí su nombre – y la entrada de la mujer a la educación.

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