Especial Halloween: Caroline

Como todas las noches del húmedo invierno de Hellwood, me encontraba delante de la chimenea de mi desolada mansión. El frío resultaba tan intenso que ni siquiera sentía el calor del fuego y mi mascota se puso a mi lado para hacerme la única compañía que tenía en aquella casa abandonada. Con la mirada al pasado, melancólicos recuerdos se proyectaron en mi mente al instante. Años atrás todo era muy distinto. 

Mi esposa, Caroline, se enamoró de este hogar por el infinito alambre de rosas que rodeaban los muros de la majestuosa mansión y, como regalo de bodas, la compré para ella. Quería hacerla la mujer más feliz del mundo.

Abre los ojos le dije, al quitarle el pañuelo de su rostro.

Al hacerlo, tapó al momento su boca con sus manos, como si no tuviera palabras para describir como se sentía. 

Alex...

¿Te gusta? le pregunté, dándole un abrazo desde su espalda. 

Me encanta respondió emocionada, a la vez que se giró rodeando sus brazos alrededor de mis hombros para darme un beso.

Amaba cada parte de ella. Su melena rojiza y rizada, las adorables pecas que adornaban sus mejillas, los labios que siempre se los pintaba de un rojo más intenso que su cabello, la pasión que me demostraba con cada uno de nuestros  besos, lo dulce que era con todo el mundo, incluso con los que no se lo merecían, la maestría que demostraba tocando el piano, la belleza que radiaba con cualquier cosa que se ponía, entre un sin fin de cosas más que hacían que la quisiera infinitamente. 

Durante todo el año, ella cuidaba del jardín para que en primavera las rosas florecieran aún más hermosas de lo que ya eran y la gente del pueblo empezó a nombrar nuestro hogar como 'La casa de las flores'. Todo era increíblemente perfecto, hasta el punto de hacerme pensar que nada era real, sino un sueño del que esperaba no tener que despertar nunca. Pero incluso los cuentos de hadas tienen un final y eso llegó tres años después de que nos mudásemos entre esas paredes. 

¡Caroline! gritaba desesperado.

Señor, si entra allí morirá exclamaba mi mayordomo, mientras me cogía junto a otros empleados para que no entrara a nuestro hogar en llamas.

Pero mi mujer no ha salido manifesté entre lágrimas de dolor y frustración al ver que nada podía hacer para salvarla. 

Cuatro horas después, cuando el fuego paró, las autoridades encontraron el cuerpo de mi esposa. Estaba irreconocible, el incendio la había desfigurado. Pero, aún así, pude reconocerla con facilidad al llevar aún encima el anillo de diamantes que le di al pedirle que se casara conmigo. Mi corazón estaba roto en pedazos, mi alma destrozada. Lo único que me consolaba era saber que Caroline murió con bastante rapidez al inhalar el humo, por lo que no sufrió durante demasiado tiempo ni tampoco quemada por las brasas de aquel infierno. O, al menos, eso es lo que me comunicó el médico al ver su cadáver.

Diez años después, aún seguía pensando en ella y, sin hacer caso a mi familia, seguí viviendo en esa mansión. Me arruiné prácticamente al reconstruirla y tuve que despedir a todos mis empleados al no poder seguir pagándoles, pero no me importaba. Estar allí me hacía sentir más cerca de Caroline de alguna forma y no pesaba irme de allí hasta que un ataúd me lo obligara. 

Caroline... sollozaba su nombre, mientras bebía y bebía litros de alcohol a diario delante de la hoguera. Arruinando mi hígado, mi salud, como si no me importara la muerte. 

En realidad, lo hacía para olvidar la culpa que me carcomía por dentro. Me sentía responsable de la muerte de mi amada al haberme salvado, mientras ella se asfixiaba. Siempre me perseguirá la imagen de aquel humo oscuro que se entremezclaba con la negrura de la noche de pesadilla, provocando que aún contrastara más el fuego que se alzaba hasta el cielo.

Caroline... persistía en llamarla con la esperanza que me escuchara algún día, aunque solo obtuviera el silencio en cada uno de mis lamentos.

Me encontraba delante de la misma hoguera que mató a mi esposa, mientras entre sollozos aclamaba su nombre una y otra vez hasta quedarme dormido. Parecía una noche cualquiera, como todas desde que Caroline se fue para siempre de mi vida. Pero, entonces,...

¡Crash! 

Algo se había roto y parecía que provenía de la planta de arriba, justo donde se encontraba la habitación de mi fallecida esposa. Fui corriendo para saber de que se trataba y, al llegar, me encontré con la ventana abierta y un jarrón de flores marchitadas al suelo en pedazos. Me sentí algo decepcionado, pues no había nada extraño más allá del viento de una tormenta que se aproximaba. Me dispuse entonces a cerrar la ventana y, al hacerlo, vi reflejado mi rostro, terriblemente demacrado por la pesadumbre de todos esos años. 

'¿Y si es Caroline la que me ha hecho venir hasta aquí para que fuera consciente de lo que estoy haciendo a mi cuerpo? ¿Y si me está diciendo que me perdona por lo que hice y que quiere que siga haciendo mi vida?' me preguntaba a mí mismo, impresionado por lo que había sido de mi durante todo ese tiempo. Pero de golpe, perdido entre mis pensamientos, me pareció ver reflejado através de la misma ventana a alguien detrás de mí.

¡Ah! grité asustado, cayendo al suelo ante la sorpresa.

Al girarme, no vi a nadie. Pero la puerta estaba abierta y yo recordaba haberla cerrado al entrar. Estaba alterado, muy nervioso. El silencio era absoluto y solo podía oír los latidos acelerados de mi corazón. Pum-pum, pum-pum, pum-pum

¿Caroline, eres tú? la llamaba, deseando que fuera ella.

Crucé entonces la puerta y me adentré al pasillo, buscando alguna respuesta a lo que acababa de ver. Sentía que había perdido la cabeza al beber demasiado alcohol y que seguramente estaría alucinando, pero una parte deseaba poder reencontrarme con Caroline y poder estar con ella para siempre. 

¿Caroline? volví a preguntar, aunque sin obtener respuesta.

De pronto, una puerta se abrió lentamente y, de nuevo, solo podía oír los latidos de mi corazón. Pum-pum, pum-pum, pum-pum. Me acerqué poco a poco a la puerta y, mientras lo hacía, sentía mi cuerpo rígido por la tensión del momento. '¿Tengo miedo?' me preguntaba. Al llegar, encendí la luz y, de pronto, un flashback se apoderó de mi mente durante unos pocos minutos.

Estoy embarazada anunció Caroline con los ojos llorosos.

Eso es maravilloso expresé emocionado, a la vez que me levanté del sillón para darle un abrazo.

Pero, sin entender por qué, se apartó de mi lado antes de que pudiera hacerlo.

¿Qué te ocurre? le pregunté extrañado.

Desde que nos casamos, nuestro mayor deseo era formar una gran familia y, después de un tiempo intentándolo sin conseguirlo, una parte de nosotros había perdido la esperanza. Incluso algunas veces nos habíamos peleado debido a ello, enfriando un poco nuestra relación. Aún así, persistimos y parecía que por fin lo habíamos logrado. 

Tu no lo entiendes me dijo, bajando el rostro como si no pudiera verme a los ojos.

Cuéntame lo que te pasa y lo entenderé afirmé, algo preocupado al verla en ese estado.

Se quedó callada durante unos pocos segundos y, entonces, suspiró para coger el valor que necesitaba para contármelo. 

Yo... no soy la mujer que tu crees me dijo.

Se acercó en ese instante hacia mi y puso entonces el anillo de diamantes de nuestro compromiso en la palma de mi mano. 

¿Qué quiere decir esto? le pregunté, a la vez que sentí como una punzada se clavaba en mi pecho.

El hijo que llevo en mi vientre no es tuyo, Alex confesó finalmente. Lo siento mucho, de verdad, no te merezco después de lo que te he hecho...

Las lágrimas cayeron de sus ojos e intentó agarrarme de la mano en un momento de debilidad, pero fui yo entonces el que se apartó de su lado. 

Vete le ordené de espaldas a ella, sin ser capaz de decirle nada más. Nunca me había sentido más traicionado en mi vida.

No dijo nada más y, entonces, oí como la puerta se abría. La misma puerta en la que me encontraba antes de que el flashback apareciera. Volví en ese instante al presente y mi cabeza empezó a dar muchas vueltas. '¿Como no me acordaba de algo así?' me preguntaba muy confuso. Algo no estaba bien en todo aquello. Nada parecía tener sentido. Y, en ese mismo instante, algo me empujó lejos de aquella habitación. 

¡Ah! grité, a la vez que caía por las escaleras.

Levanté la vista del suelo y, entonces, vi a una niña delante de mi. Llevaba una camisón blanco y tenía una melena oscura hasta su cintura. Había algo de ella que me sonaba familiar y, a pesar de lo espeluznante que era, no podía dejar de mirarla.

—¿Quién eres? —le pregunté, a la vez que me levantaba algo asustado.

Se quedó mirándome sin decir nada y, entonces, me señaló en el bolsillo. Sin comprender lo que quería decir aquello, puse la mano en el pantalón y saqué de él el anillo de diamantes. '¿Por qué lo tengo yo?' me preguntaba. En ese instante, sentí un dolor intenso en mi pecho y empecé a toser con mucho dolor. Me estaba ahogando y el corazón me latía más rápido que nunca. Pum-pum, pum-pum, pum-pum. La niña de pelo oscuro seguía delante de mi, mirándome como si nada y le pregunté a penas sin voz:

—¿Qué... me has hecho?

Tenía que salir de allí como fuera, pero no tenía nada de fuerza y me caí de nuevo al suelo. Hacía mucho calor, como si todo volviera a arder. Pero no había fuego, solo me encontraba yo y esa niña. Estaba asustado, muy asustado. No entendía nada y me arrastré como pude por el suelo para salir de allí lo antes posible. Al momento, noté mucho dolor en el brazo izquierdo y, cuando me lo miré, vi como la piel se me levantaba. Era horrible, desesperante, terrorífico, pero ni siquiera podía gritar del dolor. Y, entonces, de nuevo unas imágenes aparecieron en mi cabeza.

—He recogido ya mis cosas —me dijo Caroline con una maleta en su mano.

—¿Hace solo una semana que me lo has dicho y ya te vas? —le pregunté furioso, mientras me apoyaba delante de la hoguera con una copa en la mano.

—Es mejor que me vaya antes de que nos hagamos más daño —me contestó, aún con lágrimas en los ojos.

Se giró para irse por la puerta, pero entonces le cogí de la mano para que no lo hiciera.

—No te vayas. Estoy muy enfadado, mucho, pero déjame tiempo para que pueda procesarlo —le dije, algo desesperado.

—Lo sé —afirmó—. Sé que tienes un gran corazón y que incluso me perdonarías algo así, pero soy yo la que no puede perdonárselo. 

Intentó irse de nuevo, pero era incapaz de dejarla ir y le agarré de la mano.

—¡No! —exclamé—. No te vayas, te lo suplico.

Ella había sido lo mejor de mi vida, lo único que había alcanzado por mis propios medios y no por el dinero de mis padres, y no podía soportar la idea que se fuera para siempre de mi lado. Sin darme cuenta, seguí apretando y apretando, y entonces...

—¡Alex, me haces daño! —manifestó, empujándome con todas sus fuerzas.

Caí en ese momento hacia atrás y mi brazo izquierdo aterrizó justo en el fuego de la hoguera.

—¡Ah! —grité, al notar como las llamas abrasaban mi piel.

—¡Dios mío! —dijo Caroline, a la vez que intentaba ayudarme.

Saqué rápidamente mi brazo, y ella lo rodeó con un paño mojado a temperatura ambiente.

—Si tanto quieres irte, vete de una vez —le dije, lleno de sudor y el rostro palidecido.

Me sentía destrozado, hundido, roto.

—¿Pero cómo voy a dejarte así? me preguntó con una mirada de culpa. 

—Ya me has hecho suficiente daño, no lo empeores más le respondí furioso.

Me resultaba insoportable que me mirase de ese modo, como si fuera un perro al que iba a abandonar. La había perdido y ya no había nada que pudiese hacer.

—Lo siento mucho —dijo por última vez antes de irse.

Poco tiempo después de verla marchar, el dolor y el cansancio que había acumulado todos esos días me obligó a cerrar los ojos. Estaba agotado. Y, sin saber cuanto tiempo había pasado, me desperté de golpe por un olor intenso a humo. Parecía ser que, al caerme en la chimenea, un trozo de leña se había caído fuera de la hoguera y encendió una de las cortinas que se encontraba cerca. Cada segundo que pasaba me era más complicado respirar. Intenté levantarme, pero me era imposible por el dolor. Sentía que mis ojos se cerraban de nuevo y que perdía el conocimiento. Pero antes de que sucediera, puse la mano en mi bolsillo y cogí el anillo de diamante para poder mirarlo por última vez. Y, de pronto, todo lo que vino después fue oscuridad.

¡Alex! gritaba Caroline desesperada.

Señora, si entra allí morirá exclamaba el mayordomo.

Pero mi marido no ha salido manifestó entre lágrimas.

Al darme cuenta de lo que había pasado, una pena enorme arrasó mi corazón. En ese momento, la niña que aún seguía delante de mi me cogió de la mano como si intentara consolarme. 

—¡Alexandra, tenemos que irnos! —gritó de repente una mujer desde la puerta con un ramo de flores entre sus brazos.

Cuando me fijé me di cuenta que era Caroline, aunque algo más mayor desde la última vez que la vi. Aún así, estaba igual de hermosa y lo mejor de todo, es que estaba viva. La niña entonces se fue corriendo hacia su madre y, antes de cruzar por la puerta, se giró hacia mi y se despidió con la mano. 

—Es igual que tu, Caroline —manifesté.

Darme cuenta de lo que realmente había pasado fue un duro golpe, pero a la vez templó mi corazón. Caroline seguía viva, había tenido una hija preciosa y parecía feliz. Era todo lo que podía desear. La culpa dejó de inundar mi corazón y pude entonces ver por fin la luz que me permitiría descansar para siempre.





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