Relato 3: El niño que no era feliz
Era ser una vez, un niño que era incapaz de dormir debido a la gran cantidad de siniestras y severas pesadillas que sufría cada noche al cerrar los párpados. En consecuencia, grandes ojeras rodeaban sus ojos tras años de insomnio, siendo muchas veces la burla de sus compañeros de clase. "Niño zombie" le llamaban, haciendo que todos les repudiaran y marginaran por su aspecto. Se sentía triste y solo.
Ese mismo día a la noche...
En medio de un oscuro y lúgubre bosque, me encontraba perdido. Estaba paseando con mis padres y, entonces, me despisté jugando con unas piedras, haciendo que les perdiera de vista durante horas y horas. Como la oscuridad me impedía poder ver con claridad, en mi imaginación, los árboles parecían mostruos robustos y el viento sus tenebrosas voces.
—Fuera de este bosque —oía—. No eres bienvenido —seguía escuchando.
De repente, unos rallos cayeron desde el cielo hasta al suelo, próximo a mis pies. Me lo tomé como una advertencia de lo que iba a pasar si continuaba estorbando la tranquilidad de ese bosque y salí corriendo de allí como pude. Cuando llegué a un camino de tierra, lo que significaba que si seguía recto podría alcanzar algún pueblo próximo, reducí la velocidad de mis pasos y, cansado de tanto caminar, paré unos segundos para tomar aire.
—Muere —dijo, de repente, un ser monstruoso y feo delante de mi.
Al levantar la vista, me encontré cara a cara con la criatura más espeluznante que había visto nunca. Solo podía ver su silueta, pero era suficiente para que se le pusiera la pelos de punta.
—Muere —me decía de nuevo mientras levantaba sus largos y viscosos brazos.
Me quedé paralizado, sin saber reaccionar y entonces empezó a acercarse.
—¡Muere! —chilló de golpe con una voz escalofriante, mientras venía corriendo hacia mi.
En ese momento, me puse a correr para salir de allí lo más rápido posible, pero entonces unas raíces salieron del suelo y me atraparon lo pies.
—¡Muere! —volvió a gritar.
Intentaba desprenderme de lo que me ataba al suelo, pero estaba demasiado duro y no podía hacer nada. El monstruo se acercaba más y más, y sentía que mis instintos me decían que debía huir de allí para escapar con vida. Pero ya era demasiado tarde, y el monstruo se avalanzó en ese mismo instante.
—¡Aah! —empezó a gritar el niño, despertándose de aquella pesadilla a media noche.
Lágrimas y temblores empezaron a consumir su cuerpo. Tenía la sensación que acabaría perdiendo su cabeza si seguía en ese estado. Los días pasaron y la soledad que impregnaba su corazón se hacía cada vez más fuerte. Pero, entonces, un extraño Dios se le apareció en uno de sus sueños, pues se compadeció de su sufrimiento y le quería conceder un deseo
—Quiero olvidar todo lo malo —le pidió.
El Dios concebió su deseo y, tiempo después, el niño se convirtió en adulto; pero seguía sin sentirse feliz a pesar de que ya no tenía pesadillas ni malos recuerdos. Incapaz de comprender porque seguía sintiéndose de esta forma, rogó día tras día que el Dios que había visto años atrás se le volviera a parecer. Los años pasaron y, las ojeras volvieron a aparecer entre sus ojos intentando averiguar lo que le ocurría, hasta que un día volvió a ver a ese extraño ser en uno de sus sueños.
—¿Por qué sigo sin ser feliz si ya no tengo recuerdos ni pensamientos malos en mi cabeza? —preguntó el niño ya convertido en adulto.
—No se trata de olvidar lo malo, sino afrontarlo e intentar aprender de ello. Y si sientes que no puedes solo, apoya tu mano en el hombro de alguien que confíes. Está bien no estar bien —le respondió el Dios.
El niño convertido en adulto no entendió al principio sus palabras, pero con el tiempo empezó a comprender lo que realmente significaban. Debía aprender a afrontar los problemas a partir de ahora, no ignorarlos como hasta el momento. Se dió cuenta que quién cierra a la puerta al dolor, la cierra a sentir y, por tanto, también a ser feliz. Debía escuchar su interior y afrontarse a sus propios demonios. Al final, la ignorancia no es felicidad.
El tiempo siguió pasando y ahora el niño ya se había convertido en anciano. Un día su nieto vino corriendo entre sus brazos tras una pesadilla, en la que se quedaba en el bosque sin sus padres y se tropezaba con tenebrosos monstruos, y el anciano simplemente le dijo a su nieto:
—No estás solo, estoy a tu lado, así que no te preocupes.
PD: Este relato está inspirado en la serie coreana llamada "Está bien no estar bien".
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