LAS UVAS DE LA TENTACIÓN (especial nochevieja)
En la noche de un frío invierno, en un balcón remoto del viejo palacio y a escondidas de las miradas ajenas, empiezan a sonar las campanadas y tú estás aquí conmigo. Con tus grandes manos sosteniendo mi rostro y tus apasionados ojos verdes, noto como tus labios se acercan a los míos, mientras yo te envuelvo entre mis brazos. Me deseas en ese momento un feliz año con una dulzura que atormenta y yo, en cambio, en el silencio más absoluto, fantaseo con pasar toda la noche contigo. Me pregunto si la concepción que la gente tiene de mí cambiaría si pudieran leer mis pensamientos, pues nadie sospecha que la princesa de sus tierras no sea realmente casta y pura. Siempre me he ceñido en cumplir ese papel, sonriendo y aparentando una inocencia angelical, pero a tu lado me resulta un esfuerzo imposible. Cada vez que te miro, puedo notar como el fruto prohibido de la tentación de la carne se despierta en mi interior, y me imagino cada noche siendo arropada por la calidez de nuestros cuerpos desnudos, mientras besas cada parte de mi piel con la misma destreza que un artesano con sus obras.
—Ginebra, eres la mujer más hermosa del reino, te amo... —manifiestas, mi amado caballero, a la vez que presionas tus manos por mi cintura.
Nuestros mundos son tan diferentes y, sin embargo, nos une una pasión tan desbordante que, a pesar de estar cometiendo un pecado imperdonable, somos incapaces de vetar nuestro deseo.
—Y yo a ti, Lance —te digo, introduciendo mis manos por tus ropajes.
Siempre recordaré la primera vez que nos encontramos, hace tan solo unos cuatro meses...
Mi prometido se marchaba del reino para cumplir con sus deberes de monarca, y me dejó en manos de su más fiel caballero y también gran amigo Lancelot para protegerme de las garras de sus enemigos. En ese momento, creía que mi corazón había sido conquistado por la nobleza de mi futuro marido, pero la verdad era que no conocía nada de él más allá de sus méritos. Supongo que proyecté una imagen de él idealizada y desajustada de la realidad, pues no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde que aborrecía sus aires de grandeza. Para él, no era más que otro trofeo de su victoria y fue entonces cuando me di cuenta del estúpido error que cometí al aceptar su compromiso.
—En ese momento grité: '¡El don de la libertad os corresponde a todos por derecho!'. Y los muy necios alzaron su voz para seguirme después como ratas —exclamó, provocando la risa entre los nobles más poderosos de la comarca.
Esa fue una de las muchas reuniones que me obligó a asistir, aunque con la misera intención de lucirme como su mayor conquista. No solo por la belleza de la que era conocida por todo el territorio, sino por los beneficios políticos que suponía nuestro matrimonio, al ser mi padre el rey de las tierras del norte y él las del sud.
—Baila un poco por nosotros —me ordenó sin objeción, al ser la danza de mi país una de las más conocidas por su sensualidad y belleza, para así de este modo contentar a nuestros invitados.
Cada día que pasaba, me aterraba más la idea de estar con alguien tan despreciable, por lo que una de esas largas noches, después de su partida, ahogué mis penas en una botella de vino que cogí en la cocina, a escondidas de la mirada de mis sirvientes. Necesitaba olvidarme de todo aquello, vivir sin la presión de convertirme en la futura reina del mayor reino jamás creado y de la mano del hombre más miserable que había conocido.
—¿Se encuentra bien, señorita? —me preguntó Lance, al verme en el suelo.
Había bebido tanto que a penas podía mantenerme en pie, por lo que se vio obligado a llevarme en brazos hasta mi habitación. A pesar de mi estado, recuerdo perfectamente como me impresionó su fuerza, pues me levantó como si fuera tan llevadera como una pluma. Además, sus gestos eran tan delicados y gentiles, que una parte de mí no quería desprenderse de su tacto. Sin ser realmente consciente, no lo dejé ir de mi lado y lo sostuve toda la noche entre mis brazos.
—No me dejes sola... —le rogaba prácticamente en sueños.
—No lo haré, mi señora —oí por última vez antes de perder el conocimiento.
Al día siguiente, me desperté confundida y con un terrible dolor de cabeza, por lo que no me acordé de lo que había pasado la noche anterior hasta que encontré una nota suya junto a un vaso de agua.
Espero que haya podido dormir bien, ponía con una elegante letra.
—Dios mío, que he hecho... —exclamé, hundiendo mi rostro en la almohada de la cama.
A pesar de que estábamos diariamente el uno al lado del otro, al ser mi escolta temporal, me sentí tan avergonzada por mis actos que no me atreví a dirigirle la palabra y ni siquiera le pude mirar a los ojos en toda una semana.
—Mi señora, hoy es la noche del baile en la casa de la duquesa. Debemos partir cuando antes para llegar a tiempo —me dijo, mientras desayunaba para qué me prepara con antelación. A lo que yo le respondí simplemente asintiendo, sin dejar de mirar mi plato.
Mi intención era en principio olvidarme de mi imprudencia, aunque con ello solo conseguí que mis deseos más oscuros se proyectasen en mis sueños y hasta algunas veces aún estando despierta. Me imaginaba en sus labios, abrazando su cuerpo desnudo o incluso manteniendo relaciones ilícitas con quién se suponía ser la mano derecha de mi futuro esposo. Al principio, me daba un miedo atroz que descubriera mis fantasías y que fuera al mismísimo rey a contárselas, pues ello supondría mi ruina y, con ello, la de mi familia.
—¡Hermanos, partamos ahora hasta nuestro destino! —gritó Lance a todos los demás guardas que nos acompañaban, como siempre hacían cuando partían a tierras lejanas.
Al ser un viaje algo largo, partimos lo más pronto posible. Y, aun así, cuando nos encontrábamos en la mitad de nuestro camino, tuvimos un problema con uno de los caballos, provocando que el carro en el que nos desplazábamos se estropeara. Intentaron arreglarlo, pero tuvimos finalmente que dirigirnos a un hostal perdido entre las montañas al hacerse demasiado oscuro.
—Lo lamento, mi señora —se disculpaba el noble caballero, mientras cogía mi mano para ayudarme a cruzar el camino rocoso del húmedo bosque.
—No pasa nada... —le dije, intentando enfriar mis pensamientos.
Una vez llegamos, decidimos ocultar nuestra identidad, puesto que sería un escándalo si el pueblo se enterara de que la futura reina se quedó una noche a solas con un hombre que no era el mismísimo rey. Además, de ser peligroso para mi seguridad, ya que podrían aprovecharse de la falta de guardias, los cuales se fueron para cambiar el transporte para poder desplazarnos lo más pronto posible a la mañana siguiente. Por todo ello, fingimos ser una pareja que se había perdido en el bosque.
—Buenas noches, nos gustaría una habitación —anunció Lance al entrar por la puerta, mientras yo me quedaba al lado con una capa cubriendo mi cuerpo y mi rostro.
—Aquí tienen —dijo el propietario con una sonrisa algo siniestra, a la vez que nos entregabas las llaves—. Les pediría que no hagan mucho ruido. Las paredes no son muy gruesas...
Mientras andábamos en silencio hacia la habitación que hospedamos, sentía que mi corazón palpitaba con tal fuerza que hasta podría salir por mi pecho. Deja de pensar en cosas imposibles, me decía a mi misma para controlar mis nervios.
—Si sigue el pasillo hasta el fondo, encontrará unas aguas termales en la que puede asearse. Sé que está más acostumbrada a algo mucho más lujoso, pero es lo mejor que puedo ofrecerle en estos momentos —me explicaba, mientras me señalaba con el dedo a dónde debía dirigirme—. Yo dormiré esta noche en el suelo para que se sienta cómoda.
—De acuerdo —dije, intentando aparentar normalidad.
Me sentía un poco incómoda al exponer mi cuerpo al aire libre, por lo que fui lo más rápida posible. Al creer que el caballero podría estar durmiendo, abrí la puerta de la habitación sigilosamente y entonces vi algo que no podía creerme. Lance se estaba masturbando, mientras alzaba mi nombre en voz alta.
—Ah, Ginebra, Ginebra...
Abrí entonces la puerta de cabo a cabo para que me viera.
—¿Tú... me deseas? —le pregunté atónita, con mis manos cubriendo mis labios.
Aún saber que aquello era algo común entre los hombres, nunca antes vi a nadie hacerlo no tampoco tuve antes el deseo de probarlo en mi misma hasta ese momento.
—¡No es lo que usted piensa, señorita! —afirmaba alterado, mientras intentaba apresurarse para vestirse de nuevo.
—¿Qué es lo que ocurre entonces, Lance? —le preguntaba, mientras me acercaba a él—. Dime...
Noté al instante su nerviosismo y eso solo hizo que mi deseo creciese hasta no poder controlarme por más tiempo. Tiré entonces el albornoz que llevaba puesto al suelo, quedándome solo con una fina prenda de seda y dejando expuestas mis piernas. Nunca antes me mostré así con nadie, ni menos con un hombre.
—¿Te gusta? —le pregunté tímidamente, deseando que mis fantasías se hicieran realidad.
Él seguía sin decir nada, como si intentara suprimir sus emociones, pero entonces me puse enfrente de él y me senté en su regazo.
—Tócame... —le susurré al oído, provocando que perdiera la calma a la que intentaba doblegarse.
Por primera vez, no solo toque sus labios sino también su lengua, la cual se entrelazaban junto a la mía con una pasión desbordante. Sentí casi de forma inmediata como un torrente de calor atravesaba todo mi cuerpo, el cual parecía estar deseoso del placer más inaudito.
—Soy incapaz de mantener mi templanza a tu lado... —me susurró Lance esta vez, al mismo tiempo que introducía una de sus manos por debajo de mi camisón hasta llegar a mis senos.
Nunca antes me sentí tan tentada, por lo que me fue imposible dominar el deseo de querer también satisfacerle.
—Espera... Si me tocas allí... —decía con un pequeño temblor en su voz.
—Guíame, no sé cómo hacerlo —le sugerí, algo nerviosa al ser mi primera vez.
Lance cogió entonces mis dos manos y las presionó alrededor de su sexo, para inmediatamente después empezar a moverlas. Era una sensación extraña, pero excitante, y me acerqué de nuevo a sus labios para poder saborear ese exquisito momento. Me sentía impaciente, quería mucho más que eso, y de pronto sentí la presión de su rodilla en mi entrepierna.
—Ah —gemí, sintiéndome muy sensible ante sus roces.
En ese momento, vi como en su boca se dibujaba una sonrisa y, entonces, giró nuestros cuerpos como si nada, mostrándome de nuevo la vigorosa fuerza de sus músculos.
—¿Está segura que quiere continuar? —me preguntó para asegurarse de que no me estuviera forzando a mí misma.
Una vez asentí sin dejar ninguna duda acerca de mi deseo, empezó a lamer una de mis piernas sin dejar de mirarme en ningún momento. Parecía que quisiera devorarme con sus ojos...
—Iremos al infierno —afirmas, mientras sostienes mi cuerpo prácticamente desnudo en el balcón del palacio, a unos pocos metros de donde se celebra la fiesta de fin de año y, por tanto, dónde mi prometido, que se convertirá en mi esposo en unas horas, se encuentra.
—Iré contigo dónde haga falta —te dije, rodeando mis piernas alrededor de sus caderas para que se introdujera en mi interior.
—Eres increíble —manifestas, al mismo tiempo que siento tus movimientos, provocando que ambos nos sumergiéramos en un mar de placer insospechado.
¡Viva el rey Arturo! ¡Viva!, se escucha de fondo, a la vez que los soldados empiezan a bombardear el cielo con nuestros cañones para iluminar la negrura de una noche de festejo.
¡Hola, Berta! Sin duda un relato artúrico de alto voltaje. Me ha gustado mucho cómo has llevado la narración y como, poco a poco, has ido subiendo la temperatura del relato. Una lectura muy visual, como debe ser. ¡Feliz 2021!
ResponderEliminarHola David, muchas gracias.
EliminarTenia ganas de escribir un relato de esa época y me topé con la historia de amor de Lancelot y Ginebra, la cual es en la que me he inspirado. Me alegro que te haya gustado.
Feliz año!